
Después de haber caminado por años a dar clases en el petit hôtel de la universidad en la calle Viamonte, él vio que era tiempo de otoño. Había llegado el tiempo de ocres y dorados, de soles tibios, de brisas frescas, casi frías, y de caminar pateando hojas de plátanos de color amarillo y naranja, caídas cual exquisita alfombra.
Fue también cuando descubrió que no reconocía su rostro al arreglar su corbata en el espejo del departamento de mármol rosa de la calle Tucumán, apenas cruzada Esmeralda…
Fue cuando, de repente, llegando a la entrada del viejo edificio de la facultad, don José –el portero gallego de mameluco gris– lo saludó con respeto y corrió para abrirle la puerta…
Entonces, solo entonces, en ese preciso momento, comprendió que el hermoso otoño también había calado en su cuerpo.

Replica a thelmakirschmx Cancelar la respuesta