Félix es mi mejor amigo. Recuerdo cuando éramos estudiantes y llegó a Balcarce. Los dos íbamos a bailar al club Gimnasia y Esgrima buscando aventuras. Usaba unos pantalones oxford que le tapaban los zapatos. Siempre fue un latin lover y sigue así a pesar de los años que carga. Las minas se volvían locas al verlo. Nosotros la remábamos, pero él no. Pintón, seductor, simpático, de buena charla, las tenía todas. Pero era responsable y estudioso, sin embargo, quizás demasiado estructurado. Juntos vivimos mucho tiempo en un departamento que alquilábamos entre varios amigos en Suipacha y Santa Fe, en Buenos Aires. Félix se recibió de médico y hoy es ginecólogo. A decir verdad, todos nos recibimos en esa época. Éramos tres: Juan se recibió de abogado; yo, de arquitecto, y Félix, que se fue antes del departamento, poco después se recibió de médico. Todavía nos seguimos viendo. Cuando se casó con la gringa, ella se hizo amiga de Marta, mi exesposa, pero desde que me divorcié, ya no nos juntamos en familia. El “tordo” es exitoso, hizo guita con su laburo y progresó mucho con el tiempo. Yo le proyecté y construí su casa de Pilar. Un lujo, eligió los mejores materiales, nunca tuvo peros para los gastos. ¿Qué más decirte? Bueno, te cuento una anécdota del doctor que lo pinta entero. Una vez fuimos a Del Viso. Unas chicas que salían con nosotros nos invitaron a pasar un fin de semana. Una de ellas se quebró una pierna, él la llevó al hospital zonal y la tuvieron que internar. Recuerdo que Félix estuvo pendiente de ella todo el tiempo: hasta que pudo caminar no la dejó un momento. Se pasó tres días cuidándola en el nosocomio. Yo lo quiero mucho, solemos encontrarnos a tomar café. A veces almorzamos en el centro o vamos a correr. No pasa un tiempo sin que me llame.
Todo esto comentaba su amigo.
