¿Vos querés que te hable de Alberto? Bueno, te cuento: Alberto, ¡qué contar de mi primo…! De chicos nos criamos como hermanos. Sus padres y mis padres alquilábamos un departamento en el mismo edificio en Floresta, cruzando las vías del Sarmiento, del otro lado de Rivadavia. Jugábamos juntos. Son inolvidables los fritos con mate que nos hacía la madre en las tardes frías de invierno.
En mis recuerdos están las escapadas por el barrio; tocábamos timbre a los vecinos y salíamos corriendo. Cosas de chicos. También solíamos salir a andar en bicicleta por el barrio. Son inmemoriales las rateadas al colegio. Recuerdo que nos juntábamos todos los rufianes en una confitería de Flores. Y a los catorce hicimos la cola en la casa verde donde los chicos del Colegio nos iniciábamos. La casa quedaba a una cuadra de la Plaza Lezama. Yo y el Beto lo hicimos una mañana temprano, el padre de Alberto trabajaba en una fábrica a una cuadra del concurrido quilombo de barrio y teníamos miedo de que nos pescara.
Va una anécdota: cuando tenía dieciséis, tomando café en la misma confitería que nos rateábamos, vi al padre de Alberto hablando con la Coca. La misma mina con la que debutamos.
De a poco fuimos creciendo y el tiempo nos fue separando. Yo me recibí de agrónomo y cumplí mi sueño de vivir en el campo. Alberto abandonó Psicología. Siempre le gustaron las ciencias sociales y el arte. ¡Era un romántico…! Hace mucho que no lo veo. Creo que la última vez que lo vi, si no me equivoco, fue en el velorio de la tía Matilde.
