Mi nombre es Horacio Valdepeñas, soy el padre de Alberto. Él es el mayor de mis tres hijos. Beto fue el mimado de su mamá hasta que falleció, hoy hace más de diez años. Si no mal me acuerdo, él tenía veintidós años cuando falleció la vieja. Quedamos solos; María, un año menor que Beto, se hizo cargo de la casa y también ofició de madre de mi tercer hijo, Roberto. Épocas duras aquellas. Nos costó mucho superar el trance. Beto para olvidar se refugió en el trabajo, la facultad, el gremio, ¡sí, en un tiempo fue delegado gremial!, y en la música. Toca muy bien la guitarra y le gusta cantar. Su música preferida es el rock, pero a mí me gusta el tango y el folklore. Siempre refunfuña cuando le pido que me toque una canción, pero para darme el gusto o sacarme de encima, de vez en cuando canta “Adiós Nonino” de Astor Piazzola.
Después de derivar por varios trabajos, consiguió un empleo estable y le va muy bien. Fue una lástima cuando dejó el gremio. Como delegado gremial tenía el futuro asegurado. Es una lástima que dejó la facultad, es un tipo inteligente y laburador. La inteligencia la sacó de la vieja y de mí, ser trabajador.
Algún domingo viene a casa a comer. María nos prepara algo rico, yo compro algo para el vermut, viene mi otro hijo y me traen al nieto.
¿Qué más te puedo contar? Hoy Beto vive en el centro. A Floresta viene poco, antes venía más… tenía una novia cerca de acá. Es duro ser viudo. Uno se siente solo. Si lo ves, decile que me venga a visitar.
