Vivir para Parecer: El Impacto de las Redes Sociales

Piensa en tu última publicación en redes sociales. Antes de subirla, probablemente te preguntaste: ¿se ve bien? ¿qué dirán? ¿cuántos likes conseguirá? Esa pequeña ansiedad antes de dar clic en “publicar” dice más sobre nuestra época de lo que imaginamos.

Tres verbos simples han organizado la vida humana desde hace siglos: ser, tener y parecer. El orden en que los colocamos —cuál viene primero, cuál es más importante— define cómo vivimos, qué valoramos e incluso quiénes creemos ser.

Y aquí está el problema: ese orden se ha invertido completamente.


Cómo empezó todo: la promesa de “ser alguien”

Hace no tanto tiempo —digamos, en la época de nuestros abuelos— la vida funcionaba diferente. Primero eras algo, luego tenías cosas y, finalmente, la gente te reconocía por lo que eras. El “yo soy” era la afirmación más buscada, era tener independencia, libertad.

Eras médico, maestra, ingeniero, panadero, carpintero. Esa identidad era sólida, duraba toda la vida. Tenías una casa, un trabajo estable. Y con el tiempo, ganabas respeto en tu comunidad por ser quien eras.

El orden era lógico:

—Ser (tu identidad)

—Tener (lo que necesitabas).

—Parecer (el reconocimiento natural)

Sucedía también que había otro verbo importante: el verbo “hacer”.

Pero no era un verbo primario, sino derivado. Estaba condicionado, determinado incluso, por cómo nos posicionamos frente al ser, tener y parecer.

Pensemos en esto:

  • Hago lo que soy o lo que creo ser.
  • Hago para tener o para conservar lo que tengo.
  • Hago para parecer. Construyo acciones que proyectan una imagen.

El “hacer” es consecuencia, un síntoma de cómo hemos resuelto internamente esa tríada fundacional. No tiene autonomía real.

¿Suena anticuado? Probablemente. Porque ese mundo ya no existe.


El primer giro: cuando tener se volvió ser

Luego llegó la sociedad de consumo. La televisión llenó las casas y con ella la publicidad invadió la vida con un mensaje nuevo: eres lo que tienes.

¿Quieres ser exitoso? Compra este auto. ¿Quieres ser atractiva? Usa esta ropa. Coca-Cola no vendía bebidas, vendía “felicidad”. Nike no vendía tenis, vendía “determinación”. Rolex no daba la hora, decía a qué grupo pertenecías. Apple no vendía computadoras, vendía “creatividad”.

El trabajo dejó de definir quién eras. Pero quedaba el consuelo del consumo: si ya no sabías quién eras, al menos podías comprarte una identidad en el centro comercial.

Tener empezó a competir con el ser. Y poco a poco, fue ganando terreno.


El golpe final: vivir para parecer

Y entonces llegaron las redes sociales. Facebook, Instagram, LinkedIn, TikTok. Y con ellas, la inversión se completó. Ahora vivimos para parecer.

Todos lo hemos experimentado: sales a cenar. El mesero trae el platillo, perfectamente presentado. Y antes de probarlo, sacas el teléfono y lo fotografías. Ajustas el ángulo, pruebas el filtro, haces clic y lo compartes en tu red social. Solo después —a veces— comes.

¿Qué pasó? La experiencia real quedó en segundo plano frente a parecer que tienes una vida interesante.

O las vacaciones. Viajas a un lugar hermoso, pero pasas más tiempo buscando el ángulo perfecto para la foto que contemplando el paisaje. Porque en el fondo sabes: si no lo publicas, si tus amigos no lo ven, si no consigues esos likes

¿Viajaste? ¿Es verdad que viajaste?

“Si no está en redes, no pasó, no existes” —lo decimos medio en broma, pero lo sentimos en serio.


La nueva jerarquía: vivir al revés

El orden se invirtió por completo:

—Parecer es lo primero: ¿cómo se ve?

—Tener sirve solo para poder seguir pareciendo.

—Ser es una preocupación, quizás, si queda tiempo.

Ahora tenemos el celular para fotografiar. Viajamos para coleccionar publicaciones. Compramos ropa porque proyecta la imagen correcta. Incluso nuestras opiniones, nuestros gustos, nuestras emociones, todo se gestiona pensando en cómo se verá ante los demás.

Cada uno se ha vuelto su propio “community manager”, gestionando su “marca personal” las 24 horas.


Porque nunca te sientes completo.

Y esto cobra un precio. Los estudios lo muestran: más tiempo en redes sociales es igual a más ansiedad, más depresión, más sensación de insuficiencia.

No es difícil entender por qué. Vivir constantemente bajo la mirada de otros es agotador. Un dato concreto: los adolescentes revisan sus redes 150 veces al día. Compararte todo el tiempo con versiones perfectas (y falsas) de vidas ajenas es deprimente. Sentir que nada es suficiente, que siempre debes proyectar una imagen mejor, desgasta el alma. Sufrimos el cansancio de ser nuestro propio producto.

Aparece el “síndrome del impostor”: la sensación de que no eres realmente lo que pareces ser, de que te descubrirán como un fraude. Y claro que lo sentimos, porque efectivamente hay una brecha enorme entre lo que somos y lo que mostramos.

Nadie publica sus fracasos reales. Nadie comparte sus momentos de vacío. O si lo hacen, es como una pose calculada de “vulnerabilidad auténtica” que también busca likes.


¿Y ahora qué?

Podría decirte: «Borra tus redes, vuelve a ser tú mismo”. Pero seamos honestos: no es simple.

Las redes sociales no son el problema; son el síntoma. Reflejan algo más profundo: una forma de organizar la vida donde la apariencia se volvió más importante que la existencia.

Y no podemos simplemente “volver atrás”. Ese mundo de identidades sólidas ya no existe.

Pero al menos podemos hacer esto: darnos cuenta.

Reconocer que cuando publicamos algo, estamos eligiendo parecer en lugar de ser. No está mal hacerlo, pero sí está bien saberlo. Entender que esa ansiedad antes de publicar es el síntoma de haber entregado demasiado poder a la mirada ajena.

Tal vez podamos hacer pequeñas resistencias. A veces, solo a veces, vivir un momento sin fotografiar. Tener una experiencia para nosotros mismos, no para nuestra audiencia. Prueba esto: la próxima vez que pase algo bueno, espera 24 horas antes de publicarlo. Si después de ese tiempo aún quieres compartirlo, hazlo.

Quizás no podamos cambiar el orden general de las cosas. Pero al menos podemos, cada uno en su pequeña vida, intentar no vivir completamente al revés.

Es decir: dejar de lado convertirnos en directores de cine de una película que nadie pidió ver: nuestra propia vida.


Una última pregunta: ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo sin pensar en cómo se vería si lo publicaras?

No tienes que responderme. Solo pregúntatelo.

Y si la respuesta te incomoda… quizás eso sea bueno. Quizás la incomodidad sea el primer paso para recuperar algo de ese ser que dejamos atrás.


Comentarios

Una respuesta a “Vivir para Parecer: El Impacto de las Redes Sociales”

  1. Muy bueno, parecer para ser, Una enfermdad contemporanea.

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