¿La IA es una catedral contemporánea?

Hace algunos años, parado frente a la majestuosidad de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, sentí una certeza profunda: ningún ser humano, por sí solo, podría haber imaginado, proyectado y construido tal obra. La catedral es una hazaña colectiva, una suma de mentes, recursos, manos y tiempo. Sus muros y cúpulas no son solo piedra, mármol y frescos; son también siglos de saber acumulado, revisado y reformulado.

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Interior Catedral de San Pedro
Interior Catedral de San Pedro. Fotografia de J.M. Ciampagna

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Hoy, contemplando el desarrollo vertiginoso de la inteligencia artificial, percibo una resonancia sorprendente con aquella sensación frente a la catedral. Un modelo de lenguaje como GPT, o cualquier sistema complejo de IA, no surge de la mente de un genio solitario, sino de una arquitectura de conocimiento colectivo. Matemáticos, lingüistas, ingenieros, especialistas en hardware, programadores, filósofos y muchos otros ofician como trabajadores de una cantera digital, tallando cada bloque del edificio invisible que hoy nos permite dialogar con máquinas. Ambas obras son una construcción social de una cultura, signos de evolución de un momento de la historia.

La Basílica de San Pedro tardó más de 120 años en construirse y reunió a figuras como Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini. Cada maestro dejó su trazo, pero ninguno abarcó la totalidad. Cada etapa fue el basamento de otra, como si la obra respirara y creciera con cada generación.

De modo análogo, un modelo de IA moderna funciona gracias al aporte de la imaginación y el conocimiento colectivo. Cada parte del todo procesa fragmentos de lenguaje, filtra información, ajusta pesos, probabilidades y conexiones. Ningún ingeniero, por brillante que sea, “ve” cada cálculo ni cada vector que circula por esos túneles numéricos. Lo que sabemos es que la máquina aprende a generar frases, traducir ideas y sostener una conversación.

Cuando se entrena un modelo de lenguaje amplio (LLM), se emplean millones de horas de cómputo distribuidas. Si transformáramos esos ciclos de cálculo en tiempo humano de trabajo secuencial, serían siglos acumulados de razonamiento matemático, ejecutados en días o semanas gracias a conjuntos (clusters) de servidores y unidades de procesamiento (GPUs). Es el equivalente contemporáneo de las cuadrillas de obreros medievales que, año tras año, levantaron muros, cúpulas y columnas.

La IA nunca está terminada. Cada versión plantea reformas: interpretabilidad, eficiencia energética, reducción de sesgos, aplicación ética. Cada avance es un nuevo andamio. Cada generación hereda planos que combina con herramientas aún más complejas, tal como lo hicieron los ilustres artistas y arquitectos del Renacimiento y el Barroco.

Sin embargo, lo esencial es no perder de vista para qué construimos esta catedral digital. Así como la Basílica de San Pedro simboliza un ideal trascendente para quienes la erigieron y una forma de acercarse a Dios, la IA representa un anhelo profundo: expandir nuestras capacidades de pensar, crear y comunicarnos. Cabe preguntarnos: ¿la IA nos acerca a Dios? Si olvidamos el propósito, corremos el riesgo de convertir un prodigio técnico en una estructura vacía o peligrosa.

A mí, como ingeniero y profesor, esta analogía me recuerda que detrás de cada capa de código y cada cálculo hay una pregunta de sentido:

¿Qué estamos construyendo? ¿Para quién? ¿Con qué valores?

Explicar la IA —aunque sepamos que nunca entenderemos cada átomo de su complejidad— es nuestro modo de mantener vivo ese diálogo entre técnica y humanidad. Como maestros, constructores y usuarios del lenguaje, seguimos colocando ladrillos, revisando planos y abriendo puertas para que otros entren, miren y cuestionen.

Como final y para compartir y reflexionar, les dejo esta frase:


“¿La IA es nuestra catedral contemporánea? Monumental, colectiva, inacabada. Depende de nosotros decidir si será un espacio de sentido o un laberinto vacío.”

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Anexo

Cuando observamos la Basílica de San Pedro, vemos una única obra monumental. Sin embargo, detrás de cada piedra, cúpula y columna, se esconde la huella de siglos de trabajo colectivo. Su historia es un espejo de lo que ocurre hoy con la inteligencia artificial: capas de saberes, revisiones y nuevas manos que aportan lo suyo.

Bramante
Diseño fundacional, planta centralizada y estructura básica.

Rafael
Modificación de la planta, ideas de nave más extensa y espacios decorativos.

Miguel Ángel
Rediseño monumental y cúpula icónica, integración estructural.

Bernini
Plaza elíptica y obras interiores que dieron forma a la experiencia emocional.


Cada uno trabajó sobre los planos de su antecesor, sumando creatividad y resolviendo problemas técnicos. Ninguno vio la obra completa, pero su legado se entrelazó con el de otros.


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