06 – La conversación de Elena con Sofía y su esposo.

Era común que Alejandro y Sofía —hija única del matrimonio— cenaran juntos después del fallecimiento de Elena.  Una noche sentados a la mesa mantuvieron la siguiente conversación:

—Papá, ¿por qué sigues hablando con ella? Sabes que no es real, ¿verdad?, le dijo Sofía a su padre.

—Lo sé, Sofía, pero las charlas me ayudan a sentir que está aquí. Es… un consuelo.

—Pero mamá se fue. No es justo para para ella ni nosotros seguir aferrándonos así—

—Sofi, no sabía que sentías eso… Pensé que los Ecos eran una manera de mantener viva la memoria de tu madre— le respondió Alejandro como una forma de justificarse ante su hija.

—Pero mamá quería que volviéramos a la normalidad. Que recordáramos, pero también que aceptáramos su final—

—¿Usaste el programa? Le contestó inquisitivamente Alejandro a su hija como respuesta.

—Poco— le contestó su hija.

Después de algunas dudas sobre el uso del programa, con la ayuda e insistencia de su padre, Sofía comienza a tener más conversaciones con el Eco de Elena. Conversaciones  llenas de tensiones y preguntas difíciles sobre sus mutuas vivencias; hoy recuerdos. Alejandro requería la opinión de su hija, necesitaba una criterios distinto al suyo y ella lo trataba de obtener, en secreto, en el silencio de su habitación. Sentada en su cama, con su computadora portátil en su regazo, mientras aparecía el rostro digital de su madre en la pantalla.

—Mamá, hoy en la escuela dijeron que los Ecos no son realmente humanos—comenzó Sofía,  con su voz temblorosa. —¿Tú qué piensas?—

El Eco de Elena sonrió, con una expresión que hizo que el corazón de Sofía se encogiera y contestó: 

—Cariño, lo que importa es lo que sientes. Estoy aquí para ti, para guiarte y apoyarte— Sofía sintió un nudo en la garganta. Sabía que no era realmente su madre, pero por momentos lo creía y ella la necesitaba. 

—A veces me asusta, confesó. Me asusta que me esté aferrando a algo que no es real. Que te estoy reteniendo y no dejándote descansar en paz— le dijo Sofía a su madre.

Y se preguntaba para sí:

—¿Estoy haciendo lo correcto?—

¿O estoy siendo egoísta al no dejarla ir?

Cada  tertulia con el Eco la llenaba de consuelo y de inquietud. Amaba escuchar su voz, pero odiaba la sensación de que, al hacerlo, estaba alejándose de su verdadero recuerdo. Las palabras del Eco eran perfectas, demasiado perfectas, y eso la aterrorizaba. Pero, a pesar de las sensaciones que la abrumaban, Sofía encuentra una manera de reconciliarse con el recuerdo de su madre, aceptando que aunque no es la misma persona, puede ofrecer una manera de consuelo y siguió su diálogo con la computadora. 

Ella intentaba recordar un día específico de su infancia y mantuvo con Elena la siguiente conversación:

—Mamá, te acuerdas el día que tome la primera comunión—

—Recuerdo ese día… había un sol radiante, el cielo estaba despejado, las flores del jardín estaban en plena floración, las rosas y los claveles estaban amaneciendo, el pasto estaba verde, crecido después de la lluvia, había una brisa suave, las ramas del nogal se mecían suavemente, estabas sentada en una hamaca de color azul, llevabas un vestido claro con pequeñas flores blancas…, una cadena de plata que te regalo tu prima para tu cumpleaños, estabas hermosa— comentaba el avatar de Elena con un sinnúmero de detalles más.

—Mamá, solo dime qué pasó, no me describas una fotografía por favor— Le cuestionó Sofía.

—No puedo dejar de pensar en cada detalle, en cada sensación que tuve ese día. Es como si todos los recuerdos que tengo se mezclaran y no ver el conjunto— le contesto el Avatar siguiendo con los pormenores sin satisfacer las carencias de Sofía.

Pero, después de un largo silencio, el Eco de Elena toma una giro inesperado. Fue entonces que le pidió  a su hija que busque entre sus cosas una carta que ella había escrito.

Respondiendo a las sugerencias de Elena, Sofía, de quince años apenas cumplidos, comenzó a hojear un viejo diario de su madre en su habitación. Entre las páginas amarillentas, encontró una carta cuidadosamente doblada. La misiva estaba escrita con la pareja e inconfundible caligrafía de Elena. A ella le habían diagnosticado una enfermedad grave y por ese motivo la había realizado, pero el destino quiso otra cosa y el accidente le había jugado una mala pasada. 

Mientras leía, lágrimas silenciosas comenzaron a rodar por las mejillas de Sofía. La carta decía:

«Queridos Alejandro y Sofía:

Si están leyendo esto, significa que ya no estoy con ustedes, pero espero que aún sientas mi presencia en espíritu. Sé que esto es difícil de aceptar, pero quiero que sepan que la muerte es una parte de la vida. Quiero hablarles sobre el olvido. El olvido no es algo malo; es una parte esencial de la vida humana. Nos permite sanar, crecer y seguir adelante. No permitas que sus historias se detengan en recuerdos. Es importante recordar y honrar los momentos compartidos, pero también es crucial seguir adelante. No permitan que el pasado los encadene.

 Vivan, amen y, sobre todo, no teman olvidar…»

Este episodio resaltó las limitaciones de la memoria perfecta y cómo esta podía impedir sentir, de alguna forma vivir,  y con ello replicar con fundamento a las preguntas de su padre.

Luego, esa noche, durante la cena, Sofía dejó la carta sobre la mesa para que la encontrara Alejandro y la leyera.

—Papá, mamá quería que siguiéramos adelante, pero nos advierte de otras cosas— le dijo Sofía a Alejandro mientras él habría y leía la carta con lágrimas en los ojos.

—No sabía que sentías así… Pensé que los Ecos eran una manera de mantener viva su memoria, no de causarte dolor, por eso insistí en que lo usaras—

—Pero mamá quería que viviéramos nuestras vidas plenamente. Que recordáramos, pero que aceptáramos también su final— Aseveró Sofía a su padre.

—Esto no cambia nada… Necesito seguir adelante con el proyecto— contesta Alejandro, murmurando y hablando para sí  y en un diálogo interno, se dijo: —Esto no cambia nada—. 

Si bien se quería autoconvencer que el camino adoptado de su trabajo era el correcto,  las palabras de su hija le molestaban, tenía un carácter tozudo, pero algo en su interior comenzó a tambalearse.


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