Rosas y Sarmiento[1] fueron figuras controvertidas de la historia de los argentinos. En este relato, el texto sobre la Mazorca, nombre de un grupo íntimamente ligado a Rosas, fue escrito para contextualizar una época, y situar a Mateo Blanco —padre de Juan Moreira— y su herencia de vida. Estas narraciones no tienen como objetivo favorecer o perjudicar a una u otra posición política o ideológica.
“Los dos cuerpos colgaban y se balanceaban ligeramente, mientras algunos curiosos seguían acercándose para observarlos. Hacía calor, como es habitual hacia fin de año en Buenos Aires. La multitud que había asistido a la ejecución unas horas antes se había dispersado y la plaza de la Independencia, que muchos llamaban todavía Plaza de la Concepción, recobraba de a poco su aspecto cotidiano. Cuando llegó la noche, los ajusticiados ya habían sido enviados al cementerio. Quedaban solo unos soldados para evitar incidentes y un tardío grupo de conversadores. El 29 de diciembre de 1853 llegaba a su fin y, con él, las vidas de Ciriaco Cuitiño y Leandro Antonio Alén[2]. Cuitiño caminaba erguido y miraba desafiante a la multitud. Mientras se acercaba al patíbulo, vociferó que había servido a un gobierno legítimo y vivo a Juan Manuel de Rosas. Ciriaco Cuitiño y Leandro Alén habían sido ejecutados por los asesinatos que perpetraron como miembros de la Mazorca.”
Así explica el libro de Gabriel Di Meglio: ¡Mueran los salvajes unitarios! La Mazorca y la política en tiempos de Rosas[3] sobre la muerte de Ciriaco Cuitiño, jefe y mentor de Mateo Blanco, luego llamado José Cirilo Moreira, padre de Juan Moreira.
Al momento de describir el nacimiento de la Mazorca dice el mismo texto:
“En el origen de esta historia hay una figura decisiva y es una mujer. Eso es algo bastante extraño, puesto que esta es una narración sobre política, y en la sociedad rioplatense de la década de 1830 que una mujer actuara descolladamente en la escena política no era ciertamente habitual. Sin embargo, una mujer de treinta y ocho años se transformó transitoriamente en dirigente política en 1833; se llamaba Encarnación Ezcurra y pertenecía a una familia de la elite de Buenos Aires (el padre era un rico comerciante que había sido miembro del Cabildo y del Consulado de Comercio). Su relación con la política provino de la asistencia que prestó al que desde dos décadas atrás era su marido: el hombre más poderoso de la provincia en esos años, Juan Manuel de Rosas. Pero hubo otro elemento decisivo para esa intervención: su relación con miembros de la clase baja de la ciudad, lo que en esa época se llamaba la plebe.
No conocemos exactamente el proceso de conformación de esa asociación, porque no hay documentos al respecto. El único testimonio, que es verosímil, sostiene que un tal Tiburcio Ochoteco, protegido de Encarnación, le propuso organizar una especie de club en el que entraría solo lo más brutal y ciegamente decidido del partido de Rosas. El objetivo sería actuar a favor de “la elevación de Rosas y para aterrorizar a sus enemigos”. Encarnación aceptó y con su patrocinio se formó el club. La fecha no está clara, pero probablemente fue en noviembre o diciembre de 1833. El nombre que se adoptó fue el de Sociedad Popular Restauradora.”
Además, iniciando nuestro periplo, vemos por primera vez juntas la presencia de la pasión y la muerte en las figuras de Juan Manuel de Rosas y su esposa, Encarnación Ezcurra.
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[1] “Civilización y Barbarie” , además de ser una frase del libro de Sarmiento Facundo, es un resumen de una perversa dicotomía que carcome la ansiada unión de los argentinos. Sarmiento pensaba que el gran problema de la Argentina era el dilema entre civilización y la barbarie. Como muchos pensadores de su época, entendía que la civilización se identificaba con la ciudad, con lo urbano, lo que estaba en contacto con lo europeo, o sea lo que para ellos era el progreso. La barbarie, por el contrario, era el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho. Este dilema, según él, sólo podía resolverse con el triunfo de la «civilización» sobre la «barbarie». Decía en un lenguaje ciertamente bárbaro: “Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos sin poderlo remediar, una invencible repugnancia”. En una carta le aconsejaba a Mitre: “…no trate de economizar sangre de gaucho. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes”.
[2] Leandro Antonio Alén (Buenos Aires,1795-1853) fue un pulpero y militar argentino, padre de Leandro Alem e integrante del brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora, la Mazorca, que tuvo un rol importante en el esquema de las fuerzas policiales que respondían a Juan Manuel de Rosas. Leandro N. Alem (Balvanera, Buenos Aires, 1842 –1896) fue un abogado, político, revolucionario, estadista y masón argentino, destacado por haber fundado la Unión Cívica Radical y liderado dos insurrecciones armadas. Bautizado como Leandro Alen, él mismo modificó su apellido de joven, reemplazando la ‘n’ final por una ‘m’.
[3] https://dokumen.pub/mueran-los-salvajes-unitarios-la-mazorca-y-la-politica-en-tiempos-de-rosas-9789500728751-9500728753.html

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