Ciudad de Ladrones

Imagen generada con IA

Hacía 30 años había cometido un robo: fue una bicicleta, en épocas difíciles. Su familia no podía pagarla y sucedió. Instigado por un compañero de fechorías de juventud la sustrajo del estacionamiento de un club. Quizás, si buscamos causas, podríamos atribuir el proceder a un problema de educación o ignorancia. Pero Pedro Sacchi siempre se arrepintió de haberlo hecho cuando aprendió en carne propia las consecuencias y le sucedió lo mismo. A decir verdad, pagó con creces su culpa. Detallemos…

El primer pago lo hizo cuando le vaciaron la casa mientras estaba de viaje por el casamiento de un amigo de Buenos Aires. El segundo robo fue estando de vacaciones: le sustrajeron el auto en una playa de la costa. La tercera vez le robaron su reloj en un restaurante. Los ladrones entraron y encerraron a todos dentro del local. Amenazándolos con armas, vaciaron los bolsillos y pertenencias de cada uno de los comensales. 

Desde la fecha de su delito había sufrido treinta robos, uno por año. Fue el castigo que a Pedro le había marcado el destino. 

Con mucho esfuerzo y trabajo, poco a poco fue comprando y recuperando sus pertenencias, aunque la desdicha que le producían los sucesivos asaltos fue minando sus ganas de hacerlo. Sentía no avanzar y llegó a tener miedo de renovar los faltantes. Llegó a un punto tal que –robados los objetos– los daba por perdidos, asumía el robo como algo natural. En correspondencia, sus pertenencias se fueron terminando.

El robo número treinta fue de dinero. Esta vez, una sofisticada estafa bancaria fue la causa que confiscó sus ahorros.

Pedro caminaba por la avenida principal de la ciudad. El día se presentaba frío, las hojas de los árboles habían caído por el fin del otoño y el comienzo del invierno. Entonces, una mujer que caminaba detrás de él lo llamó y apoyó tímidamente su mano sobre su hombro. Pedro, sorprendido, se dio vuelta y ella entonces le dijo:

–Señor, usted está caminando desnudo.

–No vale la pena vestirse, te pueden robar– le respondió Pedro. Se cuenta que, en esa ciudad ignota, en esos días de comienzo de siglo, en los confines de Sudamérica, donde sucedieron los hechos, hubo epidemia de gripe. Parece ser que mucha gente, enferma, afiebrada, indefensa y cansada, había decidido caminar desnuda por las calles a pesar del intenso frío.


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